Prólogo de la obra

La casa de los sueños
de Edna Friné Portillo Cabrera


¡Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Calderón de la Barca

¿Qué es más real, el mundo de los sueños o aquel al que llamamos realidad? En los sueños, nuestro yo interno se libera
de la autocrítica y expresa todo aquello que cotidianamente el mundo que nos rodea nos impide escuchar. Entrar al mundo poético de Edna, es entrar en su intimidad, en su casa de los sueños. Casi nos obliga a entrar en silencio y de puntillas, con respeto y reverencia.

Esta casa nos devela un mundo íntimo, que se aparta de una realidad a veces cruel y solitaria, para sumergirse en un espacio intangible y “fugaz”, donde el yo vence las mezquindades de la vida. Desde el primer poema, una espada de fría plata cae verticalmente para transformarse en, cálidas rosas doradas. Es el yo que vence a la adversidad por medio del sueño.

Los poemas nos llevan por un viaje a través de una casa antigua y grande, una casa donde habita el yo. Donde no se responde a las leyes que llamamos naturales y podemos saciar la sed, sin agua, en el desierto. Ese desierto formado por temores que es vencido por la luz interior. Así, en los poemas encontramos esa dicotomía entre el mundo tangible y el mundo de los sueños.

En el mundo tangible hay maldad, soledad, silencio, miedos y en el mundo de los sueños, bondad, solidaridad, silencio
apacible. La ausencia se convierte en presencia que florece en el amor.
El sueño es la clave para recobrar los lugares y seres amados, en el se recupera el tiempo que se ha ido. En el fondo del ser, no se escuchan las ofensas, solo hay silencios, formas, sombras y obsesiones.

Los sueños están formados por “imágenes confusas,/ alargadas y lentas, /en letargo infinito,/[ … de imágenes difusas,/ de seres que ya fueron”. Y esas formas son precisamente las que permiten al lector llenarse de sensaciones a través del retorno al pasado, la ausencia del ser amado, el olvido como una pérdida sin luto.

La casa interior de Edna ordena la vida de sueños, orden ausente en la vida despierta. La casa de la infancia es la casa
del yo. Los sueños son como deseos que vuelven, viajes a sitios desconocidos, lejanos y extraños, una forma de vivir lo que la vigilia niega. Son profundidades muy suyas.

La poesía de carácter intimista está escrita para ser leída en soledad, en silencio; para permitir que las palabras se transformen en sensaciones, revelaciones y, muchas veces, susurros. Leer de esta forma la obra de Edna es comulgar con ella, participar de su mundo interior y, también, del dolor que significa la ausencia de los sueños. Al dejar de soñar, con los sueños se esfuma la casa y ese mundo íntimo y privado.

Rossana Pinillos