Educar es  más que transmitir conocimientos. Es un acto humano y ético que nace del compromiso. Formar personas íntegras, capaces de convivir, pensar críticamente y transformar su entorno es una labor que solo  puede lograrse cuando se hace con el corazón. Cuando afirmamos que educar es un acto de amor, hablamos de un amor comprometido con el bien del otro, en este caso, del estudiante. Este compromiso impulsa a los docentes a diseñar y reflexionar constantemente sobre su práctica, con el fin de ofrecer una educación significativa, justa y orientada al bien común.

La práctica docente se estructura en tres tareas fundamentales: diseñar el currículo, implementarlo y reflexionar sobre su impacto. Dependiendo del rol del docente en cada una de estas fases, podemos identificar distintas tipologías curriculares: el currículo prescrito (que se recibe desde una instancia superior), el currículo implementado (lo que realmente se enseña en el aula) y el currículo vivido (la experiencia real del estudiante). El docente tiene la posibilidad de asumir un rol transformador al crear propuestas didácticas que promuevan el pensamiento, la participación y el aprendizaje activo.

El modelo del alineamiento constructivo de John Biggs proporciona una estructura clara para lograrlo: alinear las intenciones del aprendizaje con las actividades y la evaluación colocando al estudiante al centro del proceso.

Para aplicar el modelo de John Biggs en el aula, se puede seguir un ejemplo práctico. Supongamos que queremos  enseñar a los estudiantes sobre el uso responsable de la tecnología. Podría seguir los siguientes pasos:

Paso 1. Definir los aprendizajes esperados: que los estudiantes comprendan los riesgos del uso excesivo de las pantallas y propongan soluciones responsables para mediar su uso.
Paso 2. Diseñar actividades que faciliten lograr el objetivo tales como foros de discusión, analizar casos reales y crear una campañas digitales para el uso medido de pantallas.
Paso 3. Seleccionar los instrumentos de evaluación. Procura que sean coherentes a la actividad planteada (rúbricas para evaluar la participación o presentaciones).

Cuando se hace una alineación entre lo que se desea lograr, las actividades y la evaluación, se está asegurando que lo que se enseña, se practica y se evalúa está en sintonía con los objetivos formativos.

Tips para docentes:

  • Siempre parte del contexto y los intereses de tus estudiantes.
  • Evita la sobrecarga de contenidos y prioriza los aprendizajes.
  • Diseña actividades que promuevan la colaboración, la reflexión y la acción.
  • Evalúa con sentido formativo, procuras que tus instrumentos de evaluación te ayuden a mejorar la enseñanza.
  • Reflexiona al cierre de cada unidad: ¿lograron aprender los estudiantes lo que esperaba?, ¿cómo puedo mejorarlo?

Educar como un acto de amor requiere ver al estudiante como un ser en construcción. Diseñar las clases desde esta visión implica acompañar al estudiante con empatía, exigencia, coherencia y propósito. Nuestra labor no termina con la planificación, debe renovarse cada vez que reflexionamos sobre lo vivido en el aula y buscar nuevas formas de enseñar para que cada estudiante tenga la oportunidad de aprender y crecer.

El amor en educación se manifiesta en la exigencia acompañada, en el deseo de ver al otro florecer.